martes, 18 de marzo de 2014

Algunos cuentos breves y extraordinarios


Provocación Castigada


Modjalaid cuenta que Noé pasó junto a un león echado y le asestó un puntapié. Al golpearlo se hizo daño y no pudo dormir en toda la noche. 

-Dios mío --exclamó-- tu perro me ha lastimado. 

Dios le envió esta relevación: "Dios reprueba la injusticia y tú fuiste el que empezó". 


Ah'med el Qalyubi, Kitab en Nanadir



Entrada por salida

Se disponía a decir “Vengo de parte de Fulano”, pero vio una cara de tan pocos amigos que, antes de tomar asiento, se incorporó, se puso el sombrero y dijo, dando la espalda:

—Me voy de parte de Fulano.

Jules Renard, Journal


El milagro

Un yogui quería atravesar un río, y no tenía el penique para pagar la balsa y cruzó el río caminando sobre las aguas. Otro yogui, a quien le contaron el caso, dijo que el milagro no valía más que el penique de la balsa.

W. Somerset Maugham, A Writer's Notebook (1949)



El gesto de la muerte

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

-Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

Jean Cocteau, Le Gran Ecart



El cielo ganado

El día del Juicio Final, Dios juzga a todos y a cada uno de los hombres.
Cuando llama a Manuel Cruz, le dice:
-Hombre de poca fe. No creíste en mí. Por eso no entrarás en el Paraíso.
-Oh Señor -contesta Cruz-, es verdad que mi fe no ha sido mucha. Nunca he creído en Vos, pero siempre te he imaginado.
Tras escucharlo, Dios responde:
-Bien, hijo mío, entrarás en el cielo; mas no tendrás nunca la certeza de hallarte en él.
Gabriel Cristián Taboada (Buenos Aires, 1972).

Perplejidades de un cobarde
Estalló una revuelta en el ejército. Un korasiano se abalanzó sobre su cabalgadura para ensillarla, pero, en la confusión, puso la cabezada en la cola y dijo al caballo:
—¡Cómo se te ha ensanchado la frente y cómo se te ha alargado la crin!
Ah'med el Iberlichi, Mostatref.

El profeta, el pájaro y la red

Cuenta una tradición israelita que un profeta pasó junto a un red tendida; un pájaro que estaba allí cerca le dijo:

—Profeta del Señor, ¿en tu vida has visto un hombre tan simple como el que tendió esa red para cazarme, a mí que la veo?
El profeta se alejó. A su regreso, encontró el pájaro preso en la red.
—Es extraño —exclamó—. ¿No eras tú quien hace un rato decías tal y tal cosa?
—Profeta —replicó el pájaro—, cuando el momento señalado llega no tenemos ya ojos ni orejas.
Ah'med Et Tortuchi, Siradj el Moluk.

La advertencia
En las Islas Canarias se levantaba una enorme estatua de bronce, de un caballero que señalaba, con su espada, el Oeste. En el pedestal estaba escrito: "Volveos. A mis espaldas no hay nada".
R. F. Burton, 1001 Nights, II, 141.

Nosce te ipsum
Al Mahdi cercaba con sus hordas a Khartum, defendida por el general Gordon. Hubo enemigos que se pasaron a la ciudad sitiada. Gordon los recibía uno por uno y les indicaba un espejo para que se miraran. Le parecía justo que un hombre conociera su cara antes de morir.
Fergus Nicholson, Antología de espejos, Edimburgo, 1917.

Temor de la cólera
En una de sus guerras, Alí derribó a un hombre y se arrodilló sobre su pecho para decapitarlo. El hombre le escupió en la cara. Alí se incorporó y lo dejó. Cuando le preguntaron por qué había hecho eso, respondió:
—Me escupió en la cara y temí matarlo estando yo enojado. Sólo quiero matar a mis enemigos estando puro ante Dios.
Ah'med el Qalyubi, Nanadir.

El sueño de Chuang Tzu
Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
Herbert Allen Giles, Chuang Tzu (1889).

La confesión
En la primavera de 1232, cerca de Avignon, el caballero Gontran D'Orville mató por la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente, confesó que había vengado una ofensa; pues su mujer lo engañaba con el conde.
Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron recibir a su mujer, en la celda.
—¿Por qué mentiste? —preguntó Giselle D'Orville—. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
—Porque soy débil —repuso—. De este modo me cortarán la cabeza, simplemente. Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.
Manuel Peyrou.